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El Real Madrid, el mejor embajador de la Marca España

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Para definir la esencia de la marca España basta con formular una sencilla pregunta en cualquier parte del planeta: «¿Podría decirme qué imagen le viene a la mente al oír ‘España’?». Quien tenga el privilegio de haber salido de nuestras fronteras de manera asidua se habrá topado casi siempre con la misma respuesta: «El Real Madrid». El club merengue es sinónimo de prestigio, de fútbol sublime y de tardes de glorias deportivas, pero es mucho más que eso: el Real Madrid llena de orgullo, por supuesto, a la familia madrileña que arropa al equipo generación tras generación, pero también a un extenso colectivo que vibra con la marca blanca en todas las latitudes del orbe.

No existe ningún club de fútbol que sea más fiel representante de la marca España. Resulta conmovedor comprobar cómo, en el mismo corazón del Gran Bazar de Estambul, cuando descubren que hablas español, te preguntan al instante si eres del Real Madrid. Y la escena se repite en el Zoco de Marrakech, en las callejuelas de El Cairo y en el África subsahariana donde el fútbol roza la categoría de religión, y donde encontramos a niños de Costa de Marfil, con apenas lo justo para sobrevivir, que visten orgullosos camisetas con el nombre de Raúl, Zidane, Cristiano Ronaldo, Benzemá, Toni Kroos, Modrić, y más recientemente, Mbappé, Jude Bellingham o Vinicius; porque los éxitos del Madrid les dan esperanza y los inspiran a imaginar un futuro mejor. Esa labor social que, a menudo pasamos por alto, es un desempeño invisible que va más allá del deporte y tiene un impacto real en las personas.

El profesor australiano Luke Stegemann, en su obra Madrid, historia de una ciudad de éxito (2024) afirma: «Los dos grandes clubes [Real Madrid y Atlético de Madrid], junto con los más pequeños y humildes Rayo Vallecano, Getafe y Leganés, forman parte de la identidad sociocultural de la metrópoli, aunque ninguna marca alcanza la influencia mundial del Real Madrid, acorde con su continuo éxito deportivo y empresarial durante décadas». No importa que seamos acérrimos colchoneros, que nos emocionemos con el Barcelona, que seamos devotos del Rayo o fervorosos leones de San Mamés: el Real Madrid no es un mero rival al que uno pueda deshonrar con ligereza, porque en el club blanco habita un componente simbólico y la misma esencia de nuestra nación. Una vez le preguntaron en la Galerna a un gran forofo del Atlético de Madrid como es el cineasta José Luis Garci si era antimadridista. Respondió de manera sublime: «¿Cómo voy a ser antimadridista si soy madrileño?». De la misma manera, uno no puede sino trasladar esa misma reflexión al ámbito nacional: «¿Cómo voy a ser antimadridista si soy español?».

Al fin y al cabo, cuando el Real Madrid viaja en sus giras asiáticas, seguidas con una gran devoción multiplicada gracias a la expansión audiovisual, el club se perfila como el gran embajador del deporte nacional. Por cada parada en un aeropuerto de Emiratos Árabes Unidos, Japón, China o Singapur, la marca Real Madrid aterriza en la retina de millones de aficionados, y con ella se asoma una España que encarna la excelencia, la pasión, la tradición y ese compromiso con la historia que refulge en las vitrinas del Santiago Bernabéu. El reformado estadio, además de ser uno de los templos futbolísticos más imponentes del planeta, forma parte del tesoro turístico de la ciudad. Miles de visitantes que jamás vieron un solo minuto de La Liga acuden a contemplar, cual peregrinos laicos, el coliseo madridista, maravillados por su modernidad y su halo legendario, convencidos de que allí, en ese césped, se han escrito las mejores páginas de una historia deportiva que sigue escribiéndose.

Si existe algo capaz de representar lo que significa España tanto en el éxito como en la adversidad y, parafraseando a Kipling, tratarlos como a dos impostores, ese es el Real Madrid. Si existe un vector de identidad, que, con sus luces y con sus sombras, hermana el nombre de la capital y expande la mejor imagen de un país, ese el Real Madrid. Fernando Caballero Mendizábal, en su libro Madrid DF (2024), analiza el momento de pujanza que atraviesa la capital, y advierte cómo frenar este momento dulce supondría un empobrecimiento para todos. En un artículo de El Confidencial expresaba: «No es descabellado plantearse que en 2050 esta conurbación rondará los 10 millones de habitantes y un 30% del PIB nacional. Entonces Madrid será una ciudad de la segunda mitad de la tabla dentro de la primera división de ciudades globales. […] Por eso, el gran reto que tenemos por delante consiste en que este cambio de escala genere más círculos virtuosos que viciosos, tanto para Madrid como para el resto de España. Y este reto, que no podemos esquivar, es mayúsculo».

La proyección de Madrid, una metrópoli cada vez más cosmopolita y universal que compite con otras metrópolis como Londres, París, Tokio o Estambul, no se concibe sin la presencia de un gigante deportivo como el Real Madrid. Después de todo, hay ciertos símbolos que confirman el paso de una urbe local a un centro globalizado. Y ese símbolo es el Real Madrid. Antaño se decía que disponer de un Corte Inglés transformaba a una ciudad española en un hervidero de comercio moderno, o que ver un Starbucks en la acera de enfrente era la rúbrica de pertenencia al circuito mundial de las grandes metrópolis.

Hoy día, la presencia de un Zara se antoja indispensable para revelar esa clase media que sustenta buena parte de la economía de consumo (conviene recordar que la compañía gallega vale más que la suma de los seis bancos más importantes de España). Siendo Zara la mayor metáfora comercial y empresarial de nuestro país, su homólogo en el ámbito deportivo sería, sin duda, el Real Madrid, que, en paralelo, se alza como la marca futbolística más valiosa y sólida a escala global, según el informe ‘Football 50 2024’ de Brand Finance, donde se declara su valor en 1.685 millones de euros y una puntuación de fortaleza de 96,3 sobre 100. Habrá a quien le horrorice ver un Starbucks y un Zara en cada esquina, pero hay que aceptar que es el signo de la globalización, pero también el signo de las capitales competitivas, cosa que no ocurre en Caracas, La Habana, Managua, Kabul, Pyongyang, Bamako, Kinshasa o Mogadiscio. No obstante, la camiseta del Real Madrid es transversal y la encontramos por igual tanto en países ricos como en países pobres de solemnidad.

Y aunque el Madrid muestre su poderío allá donde va, contribuyendo a forjar una imagen de España como una potencia exitosa y sofisticada, de fortuna y grandeza, igualmente muestra otros valores: nobleza, generosidad y solidaridad. Porque sus giras internacionales van mucho más allá de la mera mercadotecnia: son la llave que abre las puertas de la admiración de pueblos enteros que, sin hablar el castellano, comprenden perfectamente el lenguaje universal de la victoria y sienten el escudo merengue como propio, invitándolos a soñar. La labor social, de nuevo. Y espiritual si me apuran.

También es cierto que otros clubes españoles, como el Barcelona o el Atlético de Madrid, gozan de un reconocimiento notable e igualmente actúan como magníficos embajadores deportivos, pero nadie cuestiona que el Real Madrid reina en el Olimpo del fútbol. Diversos medios de comunicación de latitudes tan variadas como la exótica India o la lejana Nueva Zelanda han recalcado la idea de que, para hablar de España, citar a Cervantes, Picasso o a Lorca está muy bien, pero realmente si alguien busca un referente inmediato de magia, emoción y prestigio, hay que echar mano del Real Madrid, la institución que ha conquistado más Copas de Europa y que ha impulsado el nombre de España al estrellato. 

El Santiago Bernabéu acoge, domingo tras domingo, a legiones de turistas y curiosos, junto a los socios de toda la vida, en un abrazo que hermana el casticismo con la globalidad. La savia que circula en Chamartín viene cargada del orgullo heredado de Puskas y Di Stéfano, del estruendo del gol de Zidane en Glasgow, de la épica que se reedita en cada Champions, un orgullo que acaba contagiando el corazón del extranjero: muchos de ellos, inevitablemente, acaban siendo madridistas hasta el fin de sus días.

Por ello, cuando se nos pregunta por la marca España en cualquier parte del mundo, de Estambul a Shanghái, de Bogotá a Johannesburgo, el nombre del Real Madrid sale a relucir, casi como un acto reflejo. Es la representación visible de una Villa y Corte que ha sabido hacer de su deporte una punta de lanza cultural y que se proyecta con vanidad a través de su club más laureado. Y perdonen que haya pecado de identitario y que haya defendido a este club con tanta vehemencia e intensidad; aunque no lo crean no soy un gran apasionado del futbol, pero no puedo ignorar la magnitud del fenómeno madridista, un fenómeno global, que hay que procurar engrandecer. Cada vez que en un rincón del planeta alguien luce la elástica blanca o de cualquier equipo español, nos representa a todos. Y uno, a pesar de sus inquietudes e inclinaciones, no puede sino desearle deportivamente lo mejor al Real Madrid y al fútbol español, pues cuando triunfa nuestro fútbol, de alguna manera, triunfa España.


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